por Jorge
Vivimos en un país endeudado. El Estado, las comunidades, los ayuntamientos. Sufrimos una sociedad endeudada. Las empresas, los bancos, las familias. No se trata, creo, de repetir los datos ya conocidos. No soy un estadista experto. Nunca se me han dado bien las matemáticas. Creo que más que con las cifras hay que quedarse con los conceptos: deuda pública, la menor de todas, engordada artificialmente desde hace poco tras emplear dinero público en sofocar la deuda privada.
Esta deuda, la privada, es muchísimo mayor que la
pública, pero también se puede dividir entre familiar, empresarial
y financiera.
Los bancos y las grandes empresas que cotizan en
bolsa son las responsables gran parte de la deuda privada y, por lo
tanto, de la deuda total de nuestro país. Sin embargo son las que
menos temen dicha deuda: mientras que a las personas se las condenan
al paro, la precariedad, los desahucios y los recortes sociales, todo
ese ahorro que para los grandes estadistas supone empobrecer a la
población, se gasta en salvar los grandes beneficios de los
causantes de la crisis.
Se observa, entonces, una relación de estrecha
amistad, o dependencia, entre el poder político y el financiero. Los
mercados ven ahí una oportunidad fácil, sencilla y rentable de
seguir enriqueciéndose y manteniendo el poder. Se aprovechan del
pequeño círculo vicioso de la deuda: País da dinero público a la
banca, esta compra deuda del país y se beneficia de los intereses.
País necesita dinero y vende deuda a la banca. País – deuda –
banca – deuda – país. Igual ocurre con las comunidades. Igual
ocurre con los ayuntamientos. Igual ocurre con las personas.
¿Deben las personas hacerse cargo de una deuda de
la que no son responsables? ¿Deben sacrificar su bienestar? ¿Existe
alguna posibilidad real de salir de esta espiral?
Países como Méjico o Estados Unidos usaron, para
librarse de una deuda, el término deuda odiosa que, según
Jeff King, sería aquella contraída contra los intereses de la
población de un país y con el completo conocimiento del acreedor.
Para otros juristas como Alexander Sack, las características de una
deuda odiosa serían: 1º El gobierno del país recibe un préstamo
sin el conocimiento ni la aprobación de los ciudadanos. 2º El
préstamo se destina a actividades no beneficiosas para el pueblo. 3º
Aunque el prestamista está informado de la situación descrita en
los puntos anteriores concede el préstamo -normalmente por el alto
interés que recibirá-(1).
Bajo esta tiranía se aboga, como ya se ha hecho en
otros países, que esa deuda no se pague y que se responsabilicen de
ella los dirigentes y los prestamistas.
¿Regalar dinero a los bancos sabiendo que estos lo
usarán para comprar deuda soberana que recibe un elevadísimo
interés y con ello se empobrecerá a la población, no sería una
deuda ilegítima u odiosa? ¿Trasvasar dinero público de sanidad y
educación para benéfico privado no sería también una deuda
odiosa? Recordemos que en ningún programa electoral venían escritas
estas medidas, por lo que nadie las ha votado.
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