La progresiva subida del precio del transporte público; el
brutal aumento de las tasas universitarias; la eliminación de derechos
sanitarios y la obligatoriedad de pagar más por recetas, ambulancias, etc.;
recorte de la calidad (ya admitida hasta por el ministro, que no podía albergar
tanto cinismo y ha tenido que expulsar parte de él) en la educación; la reforma
laboral que flexibiliza, aún más, la precariedad de los trabajadores. Y
paramos. No porque no existan más ejemplos, hay mucho más. Paramos porque
creemos que son suficientes para justificar esta antigua forma de desigualdad
basada en la segregación.
La segregación es, sobre todo,
laboral. La sociedad terciaria (de servicios) dualiza a la sociedad, la
polariza entre los empleos cualificados y los no cualificados porque ya no hay
oficios ni industria. Los recortes y subidas de precios citados con
anterioridad no son más que herramientas que permiten perpetuar esta
segregación. No es nada nuevo pues ya la Escuela de Sociología Urbana de
Chicago en la década de 1940 investigaba desigualdades estructurales
basadas en la disponibilidad de trabajo, mercado de vivienda y en el transporte.
Todo
esto, la dualización laboral y los recortes, se pueden convertir en un círculo
vicioso de la segregación. Un barrio humilde y azotado por la crisis y el paro,
es un barrio empobrecido. Tiene que disponer de gran parte del sueldo (o
subsidio) para los gastos elementales, que han dejado de ser gratuitos (léase
pagados por los impuestos) y los que no lo eran se han incrementado: hablamos
de salud y, especialmente de educacion. Cada vez cuesta más caro ir a buscar
trabajo a los lugares donde más y mejores sueldos hay. Cada vez cuesta más que
los hijos consigan becas para poder cualificarse. Acceder a la universidad es
un sacrificio que no todos pueden permitirse. Si no se puede pagar una
formación no se puede salir del círculo. Aunque una formación no lo garantiza,
especialmente si se proviene de ciertos barrios o institutos, que han sido acostumbrados
social y culturalmente al fracaso.
¿Hacia
dónde caminamos? Seguro que hemos visto las series o películas estadounidenses
o inglesas en las que unos esforzados padres de clase media-alta intentan que
sus hijos vayan a ciertos institutos incluso haciendo lujosas aportaciones a la
escuela para que puedan entrar. Esto abre las puertas a sus hijos,
posteriormente, de Harvard ó Cambridge, que sólo
admiten alumnos de los más prestigiosos y caros colegios. Imaginaos las
posibilidades de acceso para las familias de clase media-baja que no tienen ni
para sobornar a un bedel de instituto.
El sistema
educativo en nuestro país camina en la misma dirección: áreas únicas,
Bolonia... los espacios educativos deberán competir por conseguir mejores
resultados y, con ello, presupuestos. A la vez se está deteriorando, progresiva
y cruelmente, a los colegios e institutos públicos que centralizan la formación
de los sectores más excluidos, a diferencia de los privados o los llamados
concertados.
¿Existen
posibilidades de salir del círculo? Por supuesto, imagino que un alumno
brillante que saque en todo 10 tendrá su beca para estudiar, con algún crédito
bancario, en la universidad y tras pagarlo tener un buen trabajo y sueldo. Pero
eso soluciona un caso entre millones. Y sabemos que no todos sacan 10 ni hay
dinero de becas para todos los chicos 10 de ciertos barrios.
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