Ahora que
parece que la liga de fútbol está decidida y ni Madrid ni Barça han conseguido
pasar a la final de la Champions, el país ha encontrado otra forma de
entretenerse. El Gobierno ha cogido el gusto a eso de anunciar cada viernes un
nuevo paquete de reformas, como si de un espectáculo televisivo se tratase. Que
si recorte para arriba, que si amnistía para abajo, la cuestión es crear un
encarnecido debate durante toda la semana, hasta que la semana siguiente algún
ministro se vuelva a sentar delante de las cámaras para demostrar que al
gobierno no le tiembla el pulso.
Pues bien, el
13 de abril le tocaba a la enseñanza universitaria ser la protagonista del
nuevo show. El ministro de Educación, José Ignacio Wert, anunció, acompañado
–como no- de la vicepresidenta Sáenz de
Santamaría, que eran necesarios algunos cambios en este terreno, y que para
ello convocaba a un “consejo de sabios” para que analizasen la situación actual
del sistema universitario, diagnosticaran su enfermedad y propusiesen una “profunda
reforma” del mismo. Sin embargo, no debe ser muy importante la opinión de estos
gurús cuando el mismo ministro, antes de conocer ningún veredicto, ha planteado
a las autonomías un incremento en las tasas de las matrículas.
Las cuentas
son sencillas. Hasta ahora, las tasas que cada alumno debe pagar en la primera
matriculación son del 15%, lo que no quiere decir que el otro 85% sea gratis,
sino que el ciudadano ya lo ha pagado a través de impuestos. El nuevo sistema
propuesto plantea que la cuantía de la tasa de la primera matrícula suba al 25%
del coste total. Dibujen ustedes en su cabeza una matrícula media, cuyo coste
es de 6.000 euros al año. En ese caso, el alumno, que antes pagaba 900 euros de
tasas, ahora deberá pagar 1.500 euros. Es decir, un 66% más de lo que pagaba
anteriormente.
Pero, ¿cuáles
son las consecuencias de esta subida? No es muy complicado darse cuenta que la
Universidad pasará a ser un privilegio, sólo al alcance de una parte cada vez
más pequeña de la población. Tal vez sea cierto ese discurso que defiende la
teoría de la superpoblación en las aulas de las universidades españolas, pero
la solución no debe pasar nunca por el filtro de la capacidad económica, sino
por el de las aptitudes académicas de los alumnos. El error es perseguir la
llamada excelencia entre las clases más adineradas en vez de buscarla entre
toda la población. A eso ya estamos acostumbrados en Madrid.
Dentro de 6 meses el ministro Wert anunciará tras un
consejo de ministros las reformas propuestas por estos expertos. Hasta entonces
quedan muchos
viernes, cada uno con su reforma de turno. La pena es que no sea televisado
en prime
time, eso sí, en una cadena privada.
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