martes, 3 de abril de 2012

Una huelga de contradicciones

 por Jorge
Pasó la Huelga General. Como un pequeño huracán que derribó casas de madera pero apenas inquietó los cimientos de las grandes construcciones. En sus plantas subterráneas, profundas como raíces, se escondían los dueños para, al día siguiente, regresar a las altas azoteas donde poder otear y controlar todo de nuevo. Desde arriba todo se ve como pequeñas masas uniformes y es fácil hacerse ideas generales. Pero no se controla a cada individuo, quizás porque no creen en su existencia o no le dan relevancia. Lo mismo ocurre cuando se mira desde la televisión. Lo mismo ocurre cuando se miran las estadísticas.

Para unos ese individuo es parte de una masa contraria a sus intereses. Para otros forma parte del bulto que, desean, les de legitimidad a la hora de negociar. El individuo como una parte dependiente de su maquinaria. El individuo como un objeto inerte e inanimado.

Sin embargo la micro-historia que conocí el ya famoso 29 de marzo desdice estas visiones. Y algunas otras más. Hablamos de reforma labora, huelga, derechos y, sobre todo, de una vida. Esa persona durmió, la noche anterior, intranquila y algo desorientada. No estaba excesivamente informada, pero la reforma laboral, lo que había leído sobre ella, ya la conocía de sobra, no por la teoría, sí por la práctica. Sabía, perfectamente, lo que es un ERE y la impunidad con que las empresas lo usan. También sabía que la empresa podía rebajarle el salario o cambiarla de destino, es decir, modificar su contrato laboral. Esta persona conocía mejor que muchos otros la reforma laboral. En su empresa así se lo hacían saber cada día. Por supuesto como sujeto informado y coaccionado, estaba en contra. También lo estaba de la anterior reforma laboral, pues sobre nuestra persona protagonista, pesaba un ERE que la hacía cobrar menos y gastar su prestación por desempleo cuando estaba llena de expectativas de trabajo y de trabajar.

Sabía que debía hacer huelga, pero como responsable única de la economía familiar, no podía hacerla. Le decían que hablara con sindicatos, pero esta persona no estaba dentro de su círculo en la empresa. Tampoco del círculo de los directivos. En realidad, muchas veces, no diferenciaba ambos círculos en su trabajo. Esta persona fue un “esquirol”. El hijo del comité de empresa no lo fue y así se lo hizo saber. Uno de los dos está en la lista de los futuros despidos que firmará el comité. La lista, de todos modos, ya estaba firmada antes de la huelga.

Ambas personas, el esquirol y el no esquirol se encontraron en las calles de Madrid el día de la huelga. El esquirol, nuestro protagonista, estaba en su segunda manifestación del día cenando un bocadillo frío del día anterior que se había preparado concienzudamente para no consumir el 29 de marzo. Realmente había preparado unos cuantos para sus amigos que habían estado haciendo de piquete desde la noche. Me dio uno de esos bocadillos ya que no pensaba usar el móvil ese día para localizar a todos sus conocidos. El no esquirol estaba saboreando una cerveza y un ración en una terraza de un céntrico bar cercano a Sol. Se los estaba sirviendo un esquirol.

Ahí perdí la pista a la protagonista de nuestra micro-historia. Eran las once de la noche. Intuyo que la volveré a encontrar otro día, en alguna otra calle de Madrid. O en alguna oficina del INEM. Cuando la vea sabré que este mismo encuentro podría haber surgido antes del día de la huelga.

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